sábado, 13 de febrero de 2010

Celos


“Ser celoso es el colmo del egoísmo, es el amor propio en defecto, es la irritación de una falsa vanidad…”

Eso decía mi papa. Realmente no sé de donde lo sacó pero lo repetía por los pasillos de la casa, cuando sabía que mamá estaba lo suficientemente cerca para oírlo, en especial si la noche anterior se había ido de farra y había regresado al amanecer.

Al día siguiente todos en la casa teníamos que aguantar a mamá arrojando los platos en el fregadero, al gato a través del patio y mi ropa limpia en el suelo de mi cuarto, junto a mi “insoportable desorden,” como ella lo llamaba; cualquier cosa que cayera en sus manos o caminara a menos de medio metro de distancia peligraba. A papá, en cambio, nos lo calábamos diciendo en voz alta frases que sólo eran para ella. “Los celos son una falta de estima por el ser amado,” decía a veces. “El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame,” decía otras. Lo peor no era tener que escucharlo, sino observar como la ira de mama crecía como hierva mala, desmesurada, apoderándose de todo lo que se atravesara en su camino.

“El que no tiene celos no está enamorado,” decía al atardecer. Yo torcía los ojos, y en realidad, nunca entendí cómo sus frases terminaban apaciguando a la bestia furiosa. Al parecer mi hermana sí lo entendía, porque se reía suspicazmente cada vez que a él se le ocurría algo nuevo. Ella sonreía, como dándole pie para que él continuara cantando frases. Yo me alejaba de tanta estupidez.

Pero al final del día, mamá le preparaba la cena a papá, su favorita inclusive; y al ver que la vieja técnica de papá había hecho efecto, mi hermana se sentaba entre ellos, como absorbiendo toda la alegría que ellos inexplicablemente destilaban.

Mientras tanto, el gato y yo, juntitos en un sillón, coincidíamos en lo incoherente que resultaba toda la escena. Como si no supieran que en menos de una semana mamá estaría arrojando los platos en el fregadero y al gato a través del patio, de nuevo.

Papá también decía, y quizás en eso sí tenía razón, que el gato y yo nos entendíamos más de la cuenta.
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Citas: Honoré de Balzac, Inmanuel Kant, Yvon Bunin.

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