martes, 2 de febrero de 2010

Charcos


Su pie cayó en otro charco. Este parecía ser aún más hondo que el anterior. Ella arrugó la cara, y se movió con rapidez. Ambos zapatos le pesaban, detestaba que se le mojaran los pies. Se aferró al paraguas y suspiró con obstinación.

Él se rió.

-¿Qué?- Preguntó ella.
-Nada…-respondió, riendo otra vez entre dientes, negando con la cabeza.
-¿Qué?- preguntó ella otra vez, con un hilo de voz mucho más agudo.

Él se limitó a negar con la cabeza, sosteniendo con más firmeza el mango del paraguas que les tocó compartir, paraguas que no podría resultar más inútil en semejante aguacero. Luego de quince eternos minutos, ella estaba tan mojada como si hubiera caminado al descubierto.

Pensar que si él le hubiera hecho algo de caso, y se hubiesen quedado bajo el techo del puesto de revistas mientras pasaba lo peor del aguacero, estarían ahora sólo sutilmente mojados y, con algo de suerte, el frío de la brisa los habría obligado a darse calor mutuamente. Cosa que era totalmente improbable, claro, pero al menos no estarían esquivando pozos y llevando agua de gratis.

Lo miró de reojo. Como siempre llevaba la frente en alto, los ojos concentrados y una expresión en el rostro que caracterizaba su cotidiana seguridad.

No lo soportaba.

No soportaba como se reía de ella sin dar explicaciones; no soportaba como tomaba decisiones, presumiendo que las de él siempre eran las más apropiadas; no soportaba cómo la miraba, o peor, como evadía su miraba; pero de todo, lo que menos soportaba, era ese silencio incómodo que se creaba entre ellos cada vez que estaban solos, silencio que de alguna manera inspiraba él.

-Cuidado…-le murmuró con voz grave. En un breve movimiento él soltó el paraguas, y la sostuvo por la cintura, para elevarla tan sólo unos centímetros, como si no pesará nada, y desviarla del charco lodoso por el que estaba a punto de pasar.

El insignificante gesto disparó una corriente, que nació en su cintura, esparciéndose por todo el cuerpo.

No, nada de lo anterior tenía sentido. Lo que menos soportaba en realidad eran esos corrientazos que llegaban sin avisar, que aumentaban la temperatura de su piel, y aceleraban el ritmo de…todo.

Ella separó los labios, pero no supo que decir, sólo gotas frías se deslizaron por la comisura de su boca.

Lo miró otra vez, seguía callado. ¿Cómo podía caminar sin decir nada? Nunca decía nada, y no decir nada era tan desesperante como los charcos que le tocaba esquivar por su culpa.

Separó los labios otra vez.

-Estos silencios incómodos- preguntó con voz un tanto desafiante -¿son sólo míos?

Él se detuvo en seco. La miró, con ojos tibios. Su respiración seca, lo único que se oía eran las gotas alrededor de los dos. Él frunció el ceño, y repentinamente, a ella la corriente le volvió a atravesar el cuerpo.

Ambos se aferraron al mango del paraguas, como si dependieran de este para controlar la gravedad. Él abrió la boca lentamente, y ella sintió como se le vaciaban los pulmones de aire.

-Es de los dos- respondió él con voz suave y ronca. Después de otro silencio, en el que las gotas retumbaron aún más, él sonrió cálidamente.

Ella frunció el ceño, anonadada. Nunca entendía qué era lo que le causaba tanta gracia. Con un leve movimiento él utilizó su brazo libre para rozarle la cintura y dirigirla hacia adelante. Ella sintió como sus dedos se aferraban a su cadera, tanto como se aferraban ambos al débil paraguas. La corriente volvió a su cuerpo, retumbando en cada una de sus esquinas.

Sin necesidad de oír una palabra más ella sonrió.
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3 comentarios:

  1. Me gustan estos cuentos de final abierto. Yo nunca he podido escribir así. Necesito cerrar las cosas. Aqui lo que no se escribe es mas importante que lo escrito. Me recuerda a Chejov, Carver y Hemingway.

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  2. Dejas todo a la imaginación cuando acabas el texto....me gusta!! y la foto esta muy buena!!

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  3. M encanta la fotO :D y todo lo demas clarop jaja

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