Max se estremecía, como un tigre, en espera del momento señalado. Sus pupilas se mantenían estáticas en el objetivo y en cada uno de sus movimientos, como memorizando claves que más tarde debía recordar. En la distancia, la joven paseaba sus dedos por las hileras color almendra de su cabello, su boca danzaba sutilmente cada vez que hablaba y sus dientes mordían débilmente su labio inferior cada vez que le sonreía a los que estaban junto a ella.
Max mantenía su prudente distancia, aún no era hora de atacar. Escondido al otro lado del salón, entre la maleza de gente que bailaba a su alrededor, esperaba con paciencia que la chica quedara sola, vulnerable, desprotegida, lista para ser aproximada por alguien válido de su aceptación, y ese alguien era él. Max nunca se había sentido tan listo, tan lleno de coraje.
Finalmente llegó el momento, la muchacha había quedado sola, nadie la protegía, el panorama nunca había sido mejor. Las piernas de Max caminaron solas, sus músculos se tensaron. Su cuerpo se mantuvo firme y sus ojos nunca se alejaron de la presa mientras éste atravesaba la multitud. Sus movimientos fueron sagaces, pues en cuestión de segundos se había aproximado tanto a la joven que a ella le fue imposible no notarlo, ya no tenía escapatoria.
La deseada boca de la chica se torció lentamente, en la forma de una sonrisa pícara, y de pronto Max entendió que la primera palabra que saldría de su propia boca lo definiría todo, definiría el éxito o la derrota en su cacería. El primer movimiento sería definitivo, quizás letal. Si se equivocaba todo habría sido en vano y su ayuno continuaría por semanas. Max separó sus labios, listo para atacar con palabras, pero nada escapó de su boca. Su garganta se cerró y hasta respirar se hizo imposible. Su pecho vibró velozmente, algo dentro de él estaba a punto de estallar. La muchacha alzó su ceja en desconcierto y durante unos segundos esperó por algo que nunca llegó.
La bella joven frunció el seño, sus ojos cafés atravesaron dolorosamente los de Max, y esto empeoró su crisis nerviosa. En cuestión de segundos la chica se volteó y, ágil como un ciervo, se perdió en la pista de baile. Su ausencia permitió que Max respirara nuevamente, casi ahogado en la derrota de su torpeza.
Me encanta la historia y la manera en que la contas. Y sabes? Creo que eso nos pasa mas seguido de lo que quisieramos; pero de vez en cuando, en ocasiones... esa flecha llameante conocida como "hola" es disparada y atina justamente al blanco... no me ha pasado, pero sigo esperando.
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